Es de obra pedir perdón así como es de gracia ser perdonado; o eso dicen...
Pero yo he aprendido a pedir perdón, no a perdonar. No perdono, puedo olvidar pero perdonar aún no. Es así.
Todo esto me recuerda a las borracheras. Hay mucho tipos de borracheras, casi tantas como personas y momentos. Hay infinitas variables, infinitas posibilidades, infinitas...
Pero casi todas tienen un factor común determinante, el antes y el después.
El antes, es el momento que sabes que lo inevitable está por llegar. Sabes a ciencia cierta que no puedes escapar, que es mejor aceptar tu destino y abrazarla lo antes posible.
Sabes, además, que no será fácil, quizás halla que luchar y te preparas para ello. Te preparas para ella, te duchas, te vistes, te preparas psicológicamente para ella -buscando excusas para el mañana- y partes rumbo al preciado éxito.
Cual subidon de cafeína sabes cuando esta cerca. La sientes, la tocas, la hueles, la miras a los ojos, confías en ella. Y ella en ti.
Ya nada puedes hacer. Pero... ¿Quién quiere hacer algo en ese momento?
El después es una cosa maravillosa. No alcanzo a comprender como la gente puede llegar a odiar este momento, pues es parte ineludible e inexorable del proceso.
Te das cuenta de lo que has hecho, si es que recuerdas algo, y te llegas a sentir realmente mal. Pero sabes que no has tocado fondo, sabes perfectamente que aún puedes caer más bajo, y que caerás y eso te consuela sobremanera o quizás no.
Evalúas los riegos del enfrentamiento pasado. Objetivos, control de daño, resoluciones alcanzadas, éxitos, fracasos. Incluso hay veces, que necesitas de tus compañeros de lucha para poder reconstruir los hechos acaecidos. Una cosa verdaderamente sorprendente.
Unes las piezas del puzzle de tu memoria, comprendes lo ocurrido y es entonces,sólo entonces, cuando vuelvo a pedir perdón y vuelvo a saber que no sé perdonar.

No hay comentarios:
Publicar un comentario