Aquella persona que ni es buena ni mala, sino que actúa indistintamente de una u otra forma, podrá sentir sentimientos bellos, pero no los más excelsos y bellos, ya que su naturaleza está en parte corrompida, en consecuencia limitada, por aquellos de sus actos que sean malos.
Por definición la que es buena, siempre actuará conforme a su forma de ser, siendo así, haciendo siempre el bien, siempre experimentará las más bellas sensaciones.
Por todos es sabido que los correctores, sanciones o castigos son del todo inútiles.
Los castigos suelen ser el método disuasorio para que el futuro castigado se lo piense dos veces –o más- en hacer tal o cual acción que el castigador cree que no debería hacer.
Pero el castigo persistente y sobre todo, si es desproporcionado, crea en el castigado una sensación de que haga lo que haga será castigado, de que no avanza. Creando una sensación equiparable a que haga lo que haga de igual forma será castigado, empeorando de ésta manera aún más su actitud con el castigador y su comportamiento.
He ahí, en la naturaleza del propio castigo, donde empieza la carencia de sentido y va creciendo exponencialmente en el transcurso del mismo.
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