De aquel modo el camarero, después de mirarme fijamente unos pocos e intensos segundos se movió hacia la máquina. Me asomé con todo el disimulo que me permitió el mobiliario del pub, con lo que con toda seguridad hice el ridículo ante todos los presentes aunque a dios gracias estaban todos concentradísimos en sus conversaciones.
Fue así, como observe como el malhumorado camarero golpeaba con celeridad la pantalla de aquella máquina para seleccionar música. Intuí una vez más, como la música que había puesto yo anteriormente no había sido de su agrado.
Comenzó a sonar la música, era death metal, heavy metal o metal a secas, lo desconozco por completo pues no soy capaz de discernir diferencia alguna entre estos géneros. Lo único que sé con total seguridad, es que había mucho ruido y voces roncas que gritaban hasta la extenuación. Música que no soporto, a decir verdad.
El camarero, VICTORIOSO, volvió a entrar en la barra y me miro desafiante. Mientras tanto, yo jugaba con el móvil o al menos hacía el intento mientras apuraba mi morenaza.
Durante el segundo tema que sonó, mi minúscula paciencia se desmoronó al comprobar que la canción que estaba sonando seguía la misma temática que la primera. Con lo cual me levante con total tranquilidad, me dispuse a ir a la barra y le pedí a mi ENEMIGO otra pinta de guiness. El camarero me miró, me observó, intentó entrar en mi mente pero no pudo.
Me dio mi pinta, pagué con un billete de 10 libras y me hizo la “jugada” de darme la vuelta en monedas… unas 6 o 7 monedas. Mientras me daba las monedas, tenía una sonrisa de oreja a oreja y entonces comprendí que lo hizo con premeditación y alevosía.
Él me sonrió situando el cambio en la barra. Yo, miré el cambio luego miré al camarero con gesto serio, volví a mirar el cambio, SONREÍ y volví a mirar al camarero sin cambiar un matiz mi expresión facial.
¿No te han gustado las canciones y ahora vienes a tocarme los cojones? –pensé-.
Me resigne, lleve mi cuerpo y mi morena hasta la mesa aún con la vuelta en la mano… y no paraba de darle vueltas a la cabeza de lo que me había hecho el simpático camarero. Fue darle un pequeño sorbo a la morena y la CLARIVIDENCIA me guió hacia la victoria. Tenía un plan, un plan con el cual sabía a ciencia cierta que iba a saborear el tan preciado ÉXITO. Volver a tocarle los cojones al camarero con la máquina pero en una proporción diferente, una proporción desmesurada, una proporción BÍBLICA.
Dudé unos segundos si debía hacerlo, he de reconocerlo, pero ya no había vuelta atrás…
Fui directo a la máquina de música –por segunda vez- y eche TODAS LAS MONEDAS que me había devuelto aquel individuo. De aquella manera, tenía muchísimos créditos podía poner muchas canciones, pero aquello no iba a ser suficiente, no para mí.
Empecé a buscar grupos de música, tenía unos doce o trece créditos lo que se traduce en unas doce o trece canciones. Busqué y busqué hasta que me decidí: RADIOHEAD.
Ahora debía elegir la canción más tranquila entre las que me gustaban de aquel grupo para tocarle un poquito los cojones al camarero. Así fue, la elegida: “Karma police”.
Fue en aquel momento cuando por cosas del destino, el azar, el karma o quien sabe qué me hizo pensar una de las MEJORES IDEAS que he tenido jamás. Iba a gastar TODOS los créditos en poner la misma canción una y otra vez. Y así fue.
La tarea demoró más de diez minutos, ya que debía de volver a buscar genero – nacionalidad - grupo/artista - canción. Antes de acabar tan titánica tarea, comprobé que la lista de reproducción estaba formada correctamente y estando todo perfectamente organizado, dudé si mirar al camarero pues no me atreví a mirar ni una sola vez por miedo a que empuñase algún tipo de arma y me agrediese.
La música empezó a sonar mientras volvía de camino a la mesa. Nada más llegar, comprobé que la pinta estaba caliente y es entonces cuando comprendí que quizás había tardado más de la cuenta. NADA IMPORTABA, NADA. Me levante una vez más a pedir otra pinta, siendo esta vez mucho más normal la simpatía del camarero. Todo marchaba bien, hasta que al recoger la pinta y darme la vuelta, acaba la canción y empieza la MISMA. No vi la cara del camarero en aquel momento, pero puedo imaginar cual fue.
Tranquilamente, una vez más, volví a mi mesa y me senté tranquilamente, cómodo, sereno, con esa sensación del trabajo bien hecho. El camarero me volvió a mirar y yo le miré y el seguía mirando y yo seguía mirando y estoy seguro que él estaba viendo lo feliz que era en ese momento. Era fácil.
Y así fue como escuché yo y el pub entero, más de diez veces, karma police.
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