¿Qué necesito?
¿Cuánto de lo que necesito no lo controlo yo?
¿Qué es lo que busco?
Si tuviera que buscar pareja, tarea inefablemente difícil, lo haría de la manera más sencilla posible: Entre todas las personas que conozco, buscaría a la persona con la que pudiera solucionar un problema grave. Esto, que puede parecer simple, no lo es. Una persona que me ayudara en tan titánica tarea, debe de tener mi completa confianza, para poder transmitirle la naturaleza del problema. No sólo me escucharía sino que haciendo un esfuerzo sobrehumano me intentaría entender. Algo que verdaderamente se encuentra en peligro de extinción. Esa misma persona que me ayudaría en un primer momento y en el mejor de los casos, me apoyaría incluso en un problema grave, planteándome soluciones completas, parciales o al menos, de algún modo, mejorar la situación hipotética en la que me encontraría. Ya tenemos algo con lo que empezar.
Pero ahora planteo otra cosa notablemente más interesante, ¿Y si no supiera qué buscar? El proceso de búsqueda puede llegar a ser difícil, arduo e incluso largo e ineficiente. Pero más aún si no tenemos ni idea de qué buscamos. ¿Buscamos aquellos ojos, oscuros y profundos como el pinar de oromana? ¿O aquellos ojos claros, donde sin lugar a dudas se puede reflejar la luna y ella, en los mios?
Entonces arrastras todas las dudas o en el peor de los casos, ellas a ti. Empiezas a cuestionar lo que has hecho, lo que haces y lo que harás. Dudas de todos y de todo. Dudas de ti. Dudas de seguir dudando. Y entonces llega la tristeza.
Nuestra cultura, nuestras normas sociales no respaldan estar triste. No esta bien visto estar triste aunque en ciertas circunstancias, en ciertos momentos, lo más verdadero que tenemos es nuestra tristeza.
¿Y entonces qué? Entonces te das cuenta, de que las noches de verano, se acaban en verano.

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